El diablo le invitó a bailar la melancólica melodía, y aunque sabía que aceptar significaba perderse en un abismo de recuerdos y sombras, sus pies comenzaron a moverse al compás de la música. Cada paso resonaba con el eco de antiguas penas, y las notas arrastraban consigo suspiros olvidados y lágrimas derramadas.
A su alrededor, la oscuridad se espesaba, formando un círculo cerrado donde la luz apenas podía penetrar. Sin embargo, en ese momento de desesperanza, la danza se convirtió en una conversación silenciosa entre dos almas perdidas. El diablo, con sus ojos brillantes y su sonrisa enigmática, guiaba con una elegancia sombría, mientras ella se dejaba llevar, sintiendo la carga de cada emoción como si fuera un pesado manto.
La melodía avanzaba, envolviéndolos en una espiral descendente. En ese ritmo hipnótico, ella comenzó a ver imágenes del pasado: rostros queridos que ya no estaban, lugares que solo existían en sus recuerdos, y sueños que se desvanecieron con el amanecer. Era como si cada nota abriera una puerta a su interior, revelando los secretos y miedos más profundos que había escondido durante tanto tiempo.
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