Caminaba por un callejón estrecho y poco iluminado en lo que parecía ser una noche tranquila cuando su atención se desvió hacia un rincón oscuro donde yacía un cuerpo inerte.
La escena era sobrecogedora: el cuerpo estaba tendido en el suelo, las sombras lo envolvían impidiendo que sus contornos fueran distinguibles.
El aire estaba cargado de una sensación pesada y ominosa. El silencio era casi palpable, interrumpido solo por el eco de los propios pasos del individuo y el latido acelerado de su corazón. Podía percibir el olor metálico de la sangre o, incluso, el rancio de la descomposición. Las luces débiles de las farolas apenas alcanzaban a iluminar la escena, creando una atmósfera aún más inquietante.
Su mente se llenó de una mezcla de incredulidad y horror al enfrentarse a la realidad brutal de la muerte. Pudo sentir como un escalofrío recorría su espalda mientras se preguntaba qué pudo haber llevado a esa persona a ese trágico final.
El miedo se mezcló con la curiosidad y la necesidad de entender lo que había sucedido.
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