Durante las fiestas de la ciudad las calles se llenaban de coloridos puestos de comida, juegos y espectáculos. La gente venía de todas partes para unirse a la celebración, ansiosos por disfrutar de la alegría y el entretenimiento que ofrecía la ciudad.
Esos días el juglar brillaba como una estrella. Con su mandolina y su voz encantadora, conquistaba a la audiencia, llevándola en un viaje de emociones a través de sus relatos y melodías. Desde las plazas hasta las tabernas, era el alma de la celebración, haciendo que cada momento fuera memorable y lleno de alegría.
Las fiestas de la ciudad pasaban rápidamente y, aunque el bullicio de la celebración eventualmente se desvanecía, el espíritu alegre y la inspiración que aquel juglar había traído a la ciudad vivían eternamente en las melodías que resonaban en las calles, recordando a todos que la magia de un buen juglar nunca desaparece.
*Para este relato me inspiré en la anterior fotografía de Pinterest (créditos al respectivo autor). Como os dije en otra entrada, lo uso un poco a modo Dixit.
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