La ciudad ardía. El rugido del fuego y el crujir de las estructuras desmoronándose llenaban el aire, mientras los habitantes corrían en todas direcciones, buscando desesperadamente un refugio contra el terror que se desataba a su alrededor. Las calles, una vez bulliciosas y llenas de vida, se habían convertido en un laberinto de peligro y desesperanza. El cielo nocturno se oscurecía aún más con el humo denso, mientras que el crepitar de las llamas era la única música que acompañaba la escena dantesca. En medio del caos, los edificios se desplomaban como gigantes heridos, y el clamor de la tragedia se elevaba hacia las estrellas, buscando algún eco de compasión en el universo indiferente. En el corazón de aquel tumulto apocalíptico, cada paso era una lucha contra el miedo y la incertidumbre, pero también una prueba de la resistencia del espíritu humano ante la adversidad más oscura.
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